La impunidad de su mirada ausente me estremeció ante el recuerdo de lo que solía ser. Ya no sentía nada, el silencio atormentador de las palabras vacías y las lágrimas llenaban el momento en que lo vi por última vez. Los dedos helados ya no buscaban acercarse a mis manos. La vida lo había llevado finalmente a tomar las riendas de su existencia. Su corazón ya no latía y el arma a un costado predicaba la antesala de la fatalidad.
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